
Aveces nos pasa.Quizás porque ha transcurrido un año lleno de obligaciones, de luchas cotidianas, de expectativas que no se dieron, de días que pasaron por nosotros como el vuelo fugaz de una alondra.Quizás porque tenemos la empecinada costumbre de esperar demasiado de la gente, y en vez de culparnos por esa exageración, culpamos a los otros porque no nos dieron lo que aguardábamos de ellos.Y entonces, como hoy, nos cuesta levantar la persiana, poner en movimiento nuestra máquina, nos sentimos robot, rezongamos porque la rueda comienza a girar y las manecillas del reloj no se quedan quietas por un momento, regalándonos unos minutos que nos pertenezcan totalmente. A veces nos pasa.Parece que lloviera, pero no, son nuestros ojos que se llenaron de lágrimas y nos hacen ver el mundo con el color acerado de la pena.Entonces nos sentimos culpables: porque hay quienes tienen verdaderas tristezas y dolores profundos, hay quienes sufren sin dolores profundos, hay quienes sufren sin quejarse y sin bajar la guardia siguen luchando, están quienes tienen quien escuchen su voz y su llamado, los que parecen haber sido olvidados hasta por Dios.La culpa nos hace dar un respingo. No tenemos derecho a este duelo por nada, a despeñarnos por una calle llana, a quejarnos por cosas pequeñitas.Pero sucede igual.No es algo que nos llega desde afuera, es algo que nace de una extraña ciudad que el alma tiene construida adentro, una ciudad que nos habita, que a veces amanece toda de Sol y cantos y otras veces, como hoy, está borrada por grises nubes bajas. Una cuidad con calles de recuerdo y otras hechas de azules lejanías y nostalgias. Una cuidad en donde fuimos niñas y jóvenes y bellas y amadas y dejadas de lado y reencontradas por la dicha y hallamos el amor, y al principio aventamos su fuego y luego lo dejamos arder solo.Y más tarde, al querer encontrarlo, descubrimos algunas pocas brasas apagándose por falta de atención y de palabras.
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